Mi Dios… ¿Y el tuyo?
Hoy quiero hablar de Dios, de mi Dios…
¿Por qué? Porque tú tienes una idea muy diferente a la
mía de quien es Dios… por lo que quiero hoy, hablarte del mío. Te invito a que me hables del tuyo J.
Para mí, Dios, en mi infancia, era de varias formas. Dios tenía varios caracteres y creo que eso nos
ha pasado a varios de nosotros. Mi
conocimiento de Dios vino de una familia grande, diversa, con varias religiones
y culturas, pero siempre terminaba en lo mismo… “Dios siempre te ama”.
Con tanta diversidad espiritual, en mi adolescencia me
cerré espiritualmente y decidí que Dios estaba solo en mí, en ninguna religión,
en ninguna iglesia, en ningún guía espiritual. Porque para mí, todos éramos
humanos pecadores y llenos de culpa, y, como todo adolescente, decidí juzgarlos
culpables de sus vidas, por lo que nadie tenía nada que enseñarme. ¡Y te comento que esa actitud “adolescente”
me duró hasta pasados mis treinta!
Para mí, Dios se convirtió, por mucho tiempo, en mi lugar
secreto, al que no invitaba a nadie… y tampoco iba yo mucho L. Sólo me bastaba con creer en él y saber que
él siempre estaba a mi lado… pero, realmente no sabía qué hacer con esa
información, no sabía cómo usarla. Creo
que siempre estuvo bien tener la consciencia de que Dios estaba conmigo, pero
me imagino que cargaba al pobre bien aburrido, porque ni le hablaba.
Y a medida que
iba creciendo, al dejar a Dios relegado a un pequeño lugar de mi
consciencia, fui creando esa sensación de soledad espiritual (que en ese
momento no reconocía). Esa sensación me creaba la “necesidad” de defenderme…
al creer que estaba sola, que había crecido sola, pues… sola me defendía del
mundo. Esa soledad se reflejaba en todo mi ser, con apariencia de fuerza, de
carácter, de independencia. Esa soledad no
nublaba mis metas, tampoco me hizo una persona horrible, ni caí en vicios, como
habemos muchas personas en el mundo, que no tocamos fondo para saber que nos
falta algo, esa soledad solo nublaba mi amor a mí, mi amor a Dios.
Y, en muchas formas, durante ese tiempo, Dios siempre
tocaba la puerta del lugar a donde lo tenía relegado y, como que se medio asomaba,
pero como eso me hacía sentir vulnerable, débil… pues lo volvía a guardar. Porque cuando reconoces, realmente a Dios en
ti, en tu corazón, y te das cuenta de que está en todos lados, y su amor
inmenso te llena, es tan grande esa sensación que te sientes vulnerable, porque
así es el Amor de Dios… Vulnerable, apacible, pacífico, poderoso,
indescifrable.
Y te das cuenta que Dios no tiene UNA
religión… Él las tiene a todas… TODAS le pertenecen… porque cada hijo de él,
que lo glorifique con inocencia y amor, en cualquier lugar, él lo agradece,
porque Él ama a todos sus hijos, lo glorifiquen o no, sepan que existe o no, lo
entiendan o no. Entonces, según yo, mi
Dios nos ama a todos por igual, seas de la religión que seas, porque ninguna
religión es Dios, pero Dios si está en todas ellas. Ahora, el cómo los humanos llevemos a las
religiones, eso es otro tema.
También, con el transcurrir del tiempo, descubrí que mi
Dios no es de premios y castigos… descubrí que el cielo y el infierno no son
promesas a futuro, son decisiones constantes, presentes. He visto personas vivir un infierno personal,
que ninguna vida eterna llena de latigazos, le gana. El cielo y el infierno están aquí, en nuestra
forma de vida, en los caminos a elegir.
Una mujer a la que golpean en la casa que ella creía que iba a ser su
fortaleza, vive un infierno todos los días.
Alguien víctima de la trata de blancas, vive un infierno todos los días…
Y habrá gente que piense que esas personas ya se ganaron el cielo… ¿eso querrá
decir que, como tú y yo no hemos sido maltratados física y mentalmente en
extremo, tenemos que generarnos ese tipo de sufrimiento para ganarnos el
cielo?... ¿De verdad crees que Dios quiera que sucedan este tipo de cosas?...
Mi Dios no es así.
Mi Dios me dice que mande bendiciones constantemente al
planeta, para todas las personas que se generan un infierno aquí en la tierra
para aprender, y que me llene bendiciones
a mí, todos los días, para que siempre, en mi corazón, reconozca que mis
aprendizajes los genero yo, por lo cual, yo decido si son en amor o en
sufrimiento.
Mi Dios me da muchas opciones de vida a escoger, yo decido si bajo el cielo a la tierra, todos los días. Yo decido si mi amor por Él rige mi vida, o permito que el miedo sea mi guía. Ese miedo que crea monstruos imaginarios. Si, esos que nos hacen dudar de si vamos por
buen camino, si de verdad Dios está con nosotros, que nos hacen creer que, como
nacimos pecadores, estamos solos, que no hay poder que nos pueda proteger del
mal, de las situaciones dolorosas, de sufrir. Que fuimos abandonados aquí a
nuestra suerte. Esos que nos hacen sentir desvalidos, desamparados, esperando
que algo malo pase. He aprendido que mi
Dios es tan poderoso que mis miedos y mis monstruos, están conmigo, y aunque
aparezcan de vez en cuando, se que jamás tendrán más poder que Él.
Pero, ¿cómo
aprendí esto? ¿cómo reconocí a mi Dios? Dejando de defenderme. Un día me permití confiar, por completo, en
el Dios que estaba en mi corazón y lo dejé salir. Me permití escucharlo y, sobre todo,
sentirlo. Sentirlo desde esa soledad
espiritual que me había generado. Abrí
la puerta de mi lugar secreto. Te invito
a probarlo, tomate unos minutos de tu tiempo tan ocupado y en meditación o en
contemplación (como sea que lo llames) permite que, a través de tu corazón, lo
sientas. Hasta que lo único que sientas,
sea paz. Conócete, apréciate, deja de
juzgarte y juzgar al mundo, siempre recuerda que cada quien lleva su infierno
por dentro, entonces, ¿para qué juzgar? Si no puedes solo, busca ayuda. Sana tus miedos, reconócelos hasta que ya no
tengan tanta fuerza, porque la única fuerza será el Amor Incondicional de Dios,
que te llenará de confianza, de calma.
Permite
cariño, que tu Dios guíe tu camino, y no tus miedos, porque Él siempre está
contigo, jamás te ha abandonado. Reconoce que eres tú quien, por miedo, lo
abandonó y Él jamás te va a negar el derecho de volver a su lado. Deja que su amor florezca en ti, consciente
de que no hay nada ni nadie en este mundo que te arrebate ese amor.
Como siempre, es un placer
que nos encontremos semanalmente en este camino que recorremos juntos en Amor
Incondicional.
Nos leemos la próxima
semana.
LO SIENTO... por las memorias de sufrimiento que comparto
contigo.
PERDÓNAME... por haber unido mi camino al tuyo para sanar.
TE AMO... por ser quien eres.
GRACIAS... porque estás aquí para mí.
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